Eran las 11 de la mañana, tenía media hora libre porque me llamaban que el curso de formación se retrasaba. En ese tiempo pensé en dedicárselo a mi alma y corazón y decidí entrar en una Iglesia, tampoco pude resistir a dar unas caladas a un cigarrillo, dicho sea de paso. Ésta estaba prácticamente vacía, a lo lejos estaba el Sagrario y de frente estaba yo, sinceramente no sabía que decir, pero he de confesar que ya solo por la Paz que tenía dentro valía la pena sentarse en un banco y estar en silencio.
Había conocido gente genial y ya solo por eso había que dar gracias.
Decidí ir a confesarme y cuando acabé de hablar el amable sacerdote me dijo: “el plan de vida no es una disciplina militar, es como un trovador que va cantando su canción de amor y por amor por el mundo. Nacimos fruto del amor, y vivimos y tenemos vida gracias a ese amor, admiración y respeto de Dios y de las personas que nos rodean.”
Así que me decidí a ser como un trovador, y que mejor penitencia que tres jaculatorias simples pero llenas de amor y delicadeza.
Mientras escribo estas letras escucho de fondo la canción de una amiga mía que este findesemana cantábamos, algún día os la publicaré.
Lo dicho, nunca aconsejaría nada que a mi no me llenara de vida, os recomiendo pasar por una Iglesia y aunque no tengáis nada que decir, Dios entiende vuestro silencio, y como en toda relación de amor el silencio muchas veces comunica más que cualquier otra palabra.
Javier Pacheco Doria