Querida mamá:
A ti, esa mujer que fuiste la primera que me acogió con los brazos abiertos y que jamás los ha dejado de cerrar. A ti mamá que escogiste al mejor padre del mundo y me regalaste los mejores hermanos. A ti mamá que me enseñaste todo con la paciencia de una héroe, que me enseñaste a rezar y dar amor, a pedir perdón a respetar, a luchar, a escuchar y nunca juzgar.
A ti mamá que sin necesidad de hablar cuando sólo tenía lágrimas recorriste cientos de kilómetros para convertir mis tristezas en las mejores de las sonrisas. A ti mamá que has pasado noches en vela esperando escuchar que llegábamos.
Gracias por siempre protegerme y sacar lo mejor que tenía a pesar de conocer como nadie lo peor.
Gracias por la educación, dedicación, amor y confianza recibida. Gracias por siempre respetar nuestra libertad y nunca poner trabas a nuestro caminar, siendo en ocasiones en las oscuras noches, una luz misteriosa que iluminaba nuestra elección. Gracias por tus consejos constructivos y jamás destructivos. Gracias por unir y nunca desunir.
A ti mamá, mamina, como te gusta que te llamemos, hija, madre y ahora la mejor de las abuelas, gracias por ser el mejor y más valioso regalo que nosotros, tus hijos, hemos tenido.
Gracias por, todavía a día de hoy, seguir teniendo esos brazos abiertos y acogernos como el primer día de nuestras vidas.
Como dice Papá unos padres jamás dimiten…
A ti mamina que nunca nos has exigido un perdón cuando hemos sido injustos y que nos perdonabas por tu condición de grandiosa.
Mamina ¡te quiero!
Un hijo en continua deuda.
Javier Pacheco Doria